La industria vitivinícola no es ajena a las tendencias sustentables. Y los vinos orgánicos son un ejemplo. Repasa las características que aportan estos vinos.
El mundo del vino no es ajeno a los nuevos paradigmas sociales. La sustentabilidad y el cuidado de la ecología llegaron a la vitivinicultura para que surjan nuevas formas de producir.
El cuidado de los recursos naturales y la no utilización de productos químicos de síntesis son debates que se dan en la agroindustria desde hace mucho tiempo. Opciones eco-friendly hay prácticamente en cada mercado.
En la vitivinicultura, este paradigma tomó forma en las bodegas orgánicas. Empresas que prestan atención al medioambiente en todo su proceso productivo. El resultado: un vino orgánico.
Ahora bien. ¿Qué implica que un vino sea orgánico? ¿Qué características debe tener y cómo debe ser su producción? ¿Quién dice que un vino es orgánico o no?.
Vinos orgánicos
Como dijimos anteriormente, un vino orgánico es aquel que resulta de un proceso productivo en donde todas las etapas están atravesadas por estrictas reglamentaciones medioambientales, desde la vid hasta la producción. Además, la producción general debe tener respeto por los recursos naturales, como el agua.
El producto es fruto de viñedos tratados sin fertilizantes ni pesticidas químicos, con productos naturales que cumplen el mismo objetivo, sin impacto en la “naturaleza” de las uvas.
En su reemplazo, se utilizan trampas mecánicas, métodos de barrera física, feromonas, métodos de repelencia basados en la luz, abonos naturales, etc.
En cuanto a la producción, está prohibida la utilización de materia prima no orgánica. El proceso de fermentación y elaboración debe realizarse sin ningún tipo de elemento de producción química sintética, como los aditivos. En este caso, sí está permitido el uso de levadura, siempre que esté certificada como un producto natural.
Las propias instalaciones deben adaptarse a la utilización de materias primas naturales, evitando cualquier tipo de contaminación. Asimismo, los insumos no orgánicos como el corcho y la botella.
Por último, se puede decir que este proceso no es simplemente el fruto de una búsqueda voluntaria del empresario. Para que un vino ofrezca el valor agregado que implica ser orgánico, deberá superar una serie de certificaciones y pruebas.
En Argentina, la certificación como en todas las industrias alimenticias corre por cuenta del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA); por intermedio de las empresas habilitadas y auditadas para tal fin. Para ello hay un Registro de Empresas Certificadoras de Productos Orgánicos. Para inscribirse, las empresas deben seguir estos requisitos.
En conclusión, la tendencia creciente hacia el consumo de productos orgánicos no escapan al vino. Cada vez más experiencias de este tipo de producción se dan en Argentina. Estas opciones, además de aportar variedad en el mercado, aportan su responsabilidad ambiental y la sensación de pureza del terruño.
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