La vitivinicultura buscará achicar su huella de carbono y la cuestión de los envases no es menor. Medidas factibles en el corto plazo.
El 2022 trae desafíos para la industria vitivinícola y uno de ellos está estrictamente asociado a la sustentabilidad. Este es un concepto que cada vez crece más en la consideración de los consumidores.
Al auge en la demanda de los vinos orgánicos y veganos certificados, se suma la relevancia que adquiere el control de la emisión de gases de efecto invernadero, cuantificable o proyectable a través de la huella de carbono. Un interés que hasta ahora parecía ser más endógeno de la industria, pero que de a poco pasa a ser una demanda del consumidor masivo.
En este sentido, la industria deberá prever nuevas formas de comercialización de vino que atienda esta demanda. La mirada parece estar puesta en los envases. En Argentina, el consumo masivo de vinos se da a través de la clásica botella de vidrio de 750 ml. El último informe del Instituto Nacional Vitivinícola indicó que el 60% del consumo local fue mediante el vidrio. De ese porcentaje, un 69% es a través de esa clásica botella.
Según un estudio de la consultora Wine Intelligence, un 55% de los consumidores aseguraba que el vidrio era una forma “sostenible” de envasar vino. Otro 35% consideraba que era mejor la caja.
Otro estudio publicado por el Instituto del Vino de California, citado por la misma consultora, asegura que la botella de vino clásica, que pesa al menos medio kilo vacía, representa el 29% de la huella de carbono de un vino envasado. Hay envases más grandes que agrandan ese número. Es decir, el envase es un elemento importante para la huella de carbono de los vinos.
Entonces, hacer más livianos los envases de vidrio puede ser la solución más factible. El estudio asegura que por cada gramo que se le quita a la botella es un gramo de la huella de carbono que genera. Esto sin contar el porcentaje de reciclado del vidrio que depende del nivel de reciclaje de cada país.
Si a esta acción le sumamos la eliminación del aluminio como tapón y su reemplazo por corcho natural -independientemente de la huella de carbono que pueda producir esa industria- el envase favorito del vino podría reducir significativamente su huella de carbono.
Sobre este aspecto están trabajando los referentes de la industria y lógicamente, los grandes productores y comercializadores que a diario afrontan los altos costos logísticos, de transporte e insumos que genera el estado actual del producto.
Además, esta medida parece ser mucho más factible en el corto plazo que la imposición de nuevos envases y prácticas de comercialización en una industria en la que los cambios se enfrentan a estructuras relativamente rígidas.
Sin embargo, algunas prácticas están logrando llegar a los consumidores. No solo por su rentabilidad medioambiental sino también por la económica directa. Un ejemplo es la recientemente reimpulsada modalidad de venta a través de envases retornables que lleva a cabo el INV en conjunto con vinerías y empresas del sector.