Las barras eran solo un complemento para una estilizada y joven figura que se contorsionaba y evolucionaba en el aire como una graciosa mariposa, en una tarde de verano. Un vuelo fugaz, etéreo y a la vez, firme y seguro.
Menos de 20 segundos de perfección y el mundo pudo ver por primera vez un 10 en los tableros de unos juegos olímpicos. En realidad, fue tan perfecto que podríamos decir que ese día se rompieron todas las marcas, inclusive los tableros no podían mostrar ese nuevo récord alcanzado y los jueces tuvieron que aclarar que en realidad el 1.0 que allí se mostraba no era otra cosa que sencillamente un 10. Era el 18 de julio de 1976 en Montreal, Canadá, y la gimnasta rumana de 14 años Nadia Comӑneci hacía historia.
Días antes de la fabulosa performance de Comӑneci, del otro lado del Atlántico -en Francia- se producía la famosa cata que enfrentó a vinos franceses y californianos, siendo estos últimos los ampliamente favorecidos por el veredicto de los afamados jueces que los degustaron a ciegas. El auge de los vinos californianos que siguió al famoso “Juicio de París”, como se lo conoció, fue el disparador para una de las más prestigiosas revistas mundiales dedicadas al vino cuyo primer ejemplar nació ese mismo año: Wine Spectator.
Cuando dos años más tarde Robert Parker -un abogado e historiador norteamericano- comenzaba su propia guía de vinos, nunca pensó lo que alguna vez sus puntuaciones y críticas llegarían a influenciar a la industria del vino a nivel mundial. Junto con un amigo creó un sistema basado en una escala de 100 puntos, modelo que regiría desde allí e influenciaría a todo el espectro vitivinícola del planeta.
Durante años, los productores de vinos se han esforzado por alcanzar la mítica marca de los tres dígitos. Pero, ¿es posible alcanzar esta puntuación?, ¿es posible alcanzar la perfección en un vino, tal como Nadia Comӑneci alcanzó y destrozó los máximos niveles de la gimnasia artística en Montreal?.
La respuesta llegó tan solo unos años más tarde, cuando el mismo Parker otorgó la máxima puntuación al Château Mouton-Rothschild 1982, enfrentándose a los demás críticos que no habían tenido las mismas consideraciones con la cosecha bordelesa de ese año. A partir de allí, varios son los vinos que han podido engalanar su palmarés con el mágico número 100, que les asegura no solo prestigio y fama, sino también una buena demanda de los más importantes mercados.
El vino perfecto emociona, atrapa, seduce, no tiene defectos y llega en el momento justo, cual gimnasta de alta performance. El vino perfecto tiene su timming perfecto: el tiempo de cosecha se define casi en día y hora. Los medios de cosecha son los más gentiles y delicados para la mejor conservación de las bayas que componen el racimo. Se arbitran todos los recursos para que las partidas lleguen en el menor tiempo posible a la bodega y no se pierda un céntimo de calidad en el camino. Se activa un aceitado mecanismo en el cual una falla puede llevar a la pérdida de una parte de la cosecha o inclusive la vendimia completa.
Muchas bodegas de alta gama se encuentran estratégicamente ubicadas dentro de los mismos viñedos, constituyendo no solo un enorme recurso técnico, sino que forman parte del patrimonio cultural y vitivinícola de las zonas a las que pertenecen.
La tecnología y el saber sustentado en años de conocimientos de los viñedos y las técnicas enológicas adaptadas a los propios terruños o lo que en Francia se conoce como “terroir” conjugan un conjunto de elementos para el alcance de la excelencia y esta excelencia tiene su precio.
Desde el Juicio de París, las botellas de los vinos californianos han aumentado su valor varias veces en el mercado, apalancadas por los buenos resultados y puntajes de las publicaciones y concursos. Al igual que la vitivinicultura californiana, la vitivinicultura argentina se subió a la ola de los vinos del Nuevo Mundo a principios de los años 90 y desde allí no ha parado de obtener resultados a nivel mundial, subiendo al Malbec (su variedad insigne) al podio de los vinos más afamados y reputados en solo décadas.
El sueño de tantos pioneros viticultores de cambiar lo imposible en posible se hizo realidad. El trabajo a conciencia entre todos los actores de la industria vitivinícola lo transformará en futuro.
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