Este año se cumple el décimo aniversario del lanzamiento del primer vino naranjo del país. Cada vez más bodegas los suman a sus portfolios y es más requerido en el mercado.
Hace diez años, Matías Michelini introdujo en el país lo que hasta el momento podríamos decir era una categoría desconocida u olvidada de vinos: los vinos naranjos. En su momento su idea fue criticada y resistida, pero con el correr de los años cada vez más bodegas comenzaron a imitar esta particular técnica de vinificación e incorporaron a sus portfolios estos vinos que se hacen con uvas blancas, pero se elaboran como tintas.
Si hacemos una distinción rápida, más allá de las uvas utilizadas, la mayor diferencia entre los tintos y los blancos es la fermentación y maceración: en los primeros hay un contacto con las pieles y semillas de la uva que aportan aromas, sabores y color; en tanto que los segundos solo se utilizan los jugos sin contacto alguno con los sólidos. En una combinación de ambos, en los vinos naranjos las uvas blancas son fermentadas y maceradas por un tiempo con las pieles y semillas, lo que a la vista les aporta la tonalidad ámbar que los distingue y algunas particularidades aromáticas y gustativas.
Fue en 2011 cuando el dueño de Passionate Wines decidió sumar a su línea Vía Revolucionaria el Torrontés Brutal, justamente el primer vino naranjo elaborado en el país. “Fue un vino súper criticado por periodistas, críticos del vino y colegas, porque en ese momento era como una vergüenza para el vino argentino presentar un vino de color naranjo. Todo el mundo pensaba que era un vino oxidado o un vino defectuoso, que lo embotellé sin filtrar. Me parece que en ese momento ni el consumidor ni los críticos estaban preparados para eso y yo entendía que era un paso que Argentina tenía que dar para mostrar diversidad y tener más opciones en la mesa”, sostuvo en diálogo con Los Andes, Matías Michelini.
Casi como un capricho, el enólogo estaba decidido a encontrar el maridaje ideal para las mollejas. “Los blancos quedan como muy livianos y los tintos son demasiado pesados. Entonces se me ocurrió esta idea de hacer un blanco pensado como tinto y que sea la alternativa de un vino especial para molleja”, recordó.
Así, en 2011 decidió fermentar las uvas torrontés “como si estuviese haciendo un malbec”, y el resultado fue más que satisfactorio, porque el vino no solo resultó bueno para el plato que Michelini pensaba, sino que es considerado hoy en día como uno de los mejores para acompañar la gastronomía por su frescura y estructura.
“En la gastronomía argentina apareció un nuevo jugador en la mesa con una alternativa aromática, de color, de texturas, diferente a lo que se había hecho. Porque los naranjos son muy diferentes a los tintos, blancos o rosados. Fue una nueva categoría que hasta ese momento no había existido acá y que yo me enteré después de que se hacía en algunas familias de Italia, España y Estados Unidos”, declaró Michelini.
Y esa primera producción que hace diez años comenzó con botellas, hoy en día ha crecido exponencialmente hasta llegar a las 7.000 y tres variedades distintas de naranjo: el Torrontés Brutal, que fue el primero, Piel, que es de sauvignon blanc, y Pink Panther, de moscatel rosado. Eso sí, siempre manteniendo la técnica de vinificación empleada en la primera cosecha y adaptada a cada uno de los varietales, sin perder el estilo casi artesanal de la bodega.
Naranja, el color de moda
Podríamos decir que el naranja es el color de moda. Esta tendencia que se viene observando ya desde hace algunos años en los principales países vitivinícolas de Europa, parece comenzar a afianzarse en Argentina.
Una de las últimas bodegas que se sumó al “boom naranja” es Lamadrid Estate Wines. La bodega de Luján de Cuyo sumó en 2020 un vino naranjo a base de uvas sauvignon blanc a su línea Zun Zun y por estos días está comenzando la elaboración de su segunda añada.
“Decidimos ampliar la gama con un naranjo porque a nivel mundial ha empezado a crecer una tendencia de consumo y quisimos ampliar la oferta a los consumidores, a tono con las innovaciones enológicas de la línea”, comentó Matías Scudeletti, sommelier de la bodega.
Así mismo, argumentó que “son vinos que se han caracterizado por una producción europea que argentina y cuando lo incorporamos ya había varias bodegas del país que estaban por el mismo camino”.
Scudeletti reconoció que se trata de un vino que requiere de un proceso muy delicado y bastante costoso, eso explica que la producción se limite a solo 3.500 botellas. “Requiere de mucho control y técnica para poder lograrlo. Fue un desafío que hoy podemos decir que hemos superado porque ha tenido muy buena aceptación entre los consumidores”, dijo, muy orgulloso del resultado obtenido.
Para diferenciar los vinos naranjos de uno blanco que se elabora con la misma uva, Scudeletti explicó que “son vinos que tienen un color amarillo ámbar bien brillante, que se distingue del tradicional que suele ser más verdoso. En nariz no es tan frutado, si bien aparece fruta, aparecen notas a hierbas, frutos secos, principalmente la almendra. En boca son vinos con una acidez muy equilibrada, con buena untuosidad y siempre mantiene la frescura”.
Una tendencia que dure en el tiempo
Para Alejandro Sejanovich, uno de los enólogos más reconocidos de la actualidad, hacer vinos naranjos no es simplemente estar a la moda, sino que su objetivo es hacer un vino de buena calidad que pueda perdurar en el tiempo entre los consumidores.
Con esa idea, comenzó a elaborar hace cuatro años Flora, el naranjo de la línea Zaha de Bodega Teho. Un vino que no solo se distingue por la vinificación de uvas chardonnay como si fueran tintas, sino que suma la complejidad de una crianza biológica con velo, que conjuga dos añadas en una misma botella.
Más allá del éxito que tiene en las ventas esta línea, el “Colo” manifestó que para él y su equipo es importante que el vino sea muy rico y que tenga una personalidad. “No es nada más otro vino naranja que se fermentó con pieles, sino que hay un producto que tiene un extra de calidad que te permite que sea gastronómico y se puede tomar solo, como un aperitivo”.
Sobre el proceso de vinificación, el viticultor comentó que todo comienza con la selección de las uvas, provenientes de un viñedo de Los Árboles. “Busco que los racimos no tengan exceso de exposición al sol, porque eso aumenta los aromas o sabores amargos”, resaltó.
“Esa uva empieza a fermentar con las pieles, pero no toda la fermentación, sino que se va probando hasta que se tiene los suficientes taninos y la estructura de los vinos naranjos. Luego descubo y sigo fermentado en barricas usadas”, continuó sobre el proceso.
El paso que aporta la complejidad que tiene el vino naranjo de Sejanovich se da en la crianza biológica con velo que le sigue a la fermentación: “Ese vino cuando lo voy a embotellar no lo saco todo, sino que saco una parte del barril y lo completo con la cosecha nueva. En general, después de la cosecha los vinos están dos años en la barrica”, detalló.
Una técnica milenaria
Aunque parezca una técnica nueva de la enología moderna, la historia de los vinos naranjas es casi tan antigua como la de la vitivinicultura misma. En lo que hoy sería Georgia, hace 5000 o 6000 años atrás, los habitantes de aquellas tierras ya elaboraban vinos naranjos en ánforas de 500 a 800 litros de arcilla llamadas kvevri, que fermentaban enterrados bajo la superficie.
Allí las uvas blancas eran fermentadas y maceradas con piel y semillas, tal como se hace hoy en día, aunque de una manera mucho más rudimentaria y primitiva: sin levaduras y sin control de temperatura que el que les daba el subsuelo en el que enterraban las ánforas.