En las dos últimas décadas, y de manera creciente, las visitas a las bodegas han contribuido en gran medida a crear en Mendoza la industria del enoturismo, que el año anterior al impacto causado por la pandemia, alcanzó a representar mucho más de 1 millón de visitantes.
Durante este receso, contrariamente a lo ocurrido en otros medios, las bodegas continuaron con su misión de anfitrionas, cambiando su modalidad receptiva y proyectándose hacia sus espacios exteriores, donde desarrollaron nuevas formas de sociabilidad asociadas a la naturaleza, la salud, la enogastronomía, la cultura, los deportes y el entretenimiento.
En este impulso por mantenerlas vivas, presentes y activas, junto a las empresas bodegueras han participado entes públicos y privados. Lanzaron el concepto de turismo de cercanía con protocolos de prevención sanitaria y avanzaron creando programas y eventos, organizando agendas, difundiéndolos mediante blogs y publicitándolas por diversos medios. Y han tenido éxito.
En este contexto, el público mendocino ha sido, sin dudas, el más movilizado, aunque llama la atención que dentro de los comentarios elogiosos escritos en los libros de visitas, muchas veces han confesado que era su primera vez en este tipo de experiencias. En veinte años de existencia de un turismo del vino floreciente y reconocido en el mundo, por alguna razón (atribuible quizás a las distancias, al temor de los costos y a la resistencia que implica cambiar de hábitos en una sociedad muy conservadora), los mendocinos se mantuvieron bastante reticentes a disfrutar de los placeres locales que tanto interés han despertado en los visitantes de afuera. Y es muy reconfortante comprobar que en este contexto las bodegas han seguido atrayendo también a turistas de otras provincias, como hitos imperdibles de su experiencia en Mendoza.
Una razón principal que explica la consolidación de la industria del enoturismo en Mendoza es el alto nivel en la calidad y variedad de los bienes y servicios que la componen: lugares urbanos y rurales, cartera de productos, medios de transporte, alojamientos, personal involucrado, programas de actividades, gestión de procesos, entre otros, que conforman un entramado de gran compromiso social y económico, caracterizado por su resiliencia y voluntad de superación. Considerado de manera integral con todos sus componentes, el atractivo enoturístico de Mendoza debe ser entendido como un sistema, que es mucho más que la mera suma de las partes, porque funciona en base a sus interrelaciones.
El visitante percibe su experiencia como un todo, resultando difícil la separación y evaluación en forma aislada de cualquiera de sus partes, porque todas influyen y se condicionan entre sí. El “atractivo enoturístico Mendoza” no es un adjetivo, es una categoría superior y sustantiva, que engloba todas las atracciones particulares que tiene la provincia relacionadas con la vid y el vino y debe ser entendido y gestionado en forma holística. Para lograrlo, debemos asociarlo estrechamente al concepto de paisaje.
El paisaje es la totalidad que percibimos de un lugar a través de todos nuestros sentidos, no solo del visual, aunque en general este sea el dominante, y la comprensión de este término se reduzca usualmente a relacionarlo con una escena pintoresca. Los componentes físicos y concretos de un paisaje están integrados a sonidos, aromas, texturas, formas, movimientos, luces y sombras, que componen un todo. Pero la percepción de un paisaje no se constituye solamente con lo que recogen nuestros sentidos básicos, sino que es el resultado de lo que finalmente conocemos e interpretamos de un lugar, a partir de las reacciones y relaciones que provocan esos estímulos dentro de nosotros, en nuestra memoria, en nuestras emociones.
El paisaje es, sin dudas, una totalidad compleja y rica en significaciones y también en potencialidades. Nos transmite el sentido de un lugar y nos revela su carácter, su identidad. Respaldadas por la cadena de los Andes, en un territorio de gran aridez, las fincas mendocinas, con sus viñas regadas y sus bodegas, son unidades de paisaje verde de pequeña escala, paisajes diseñados, dinámicos, evolutivos, que dan cuenta de la identidad de sus dueños, de las marcas empresariales y también de la situación de los territorios donde se encuentran. Revelan procesos naturales geológicos, hidráulicos, climáticos, y también procesos culturales, sociales, económicos, políticos, tecnológicos, en los cuales se insertan.
Los paisajes hablan; son potentes comunicadores que revelan aspectos superficiales del medio al que pertenecen y también contenidos profundos, si se sabe rastrearlos. Por eso es que al paisaje se lo utiliza como un instrumento de análisis, evaluación y propuesta dentro del ordenamiento territorial y la gestión del ambiente.
En este marco es claro comprender que el paisaje de la vid y el vino es para Mendoza un bien cultural de máxima valoración y debe ser conceptualizado con esa jerarquía. Es la clave que sostiene lo que llamamos el “atractivo enoturístico Mendoza”, tanto referido a la totalidad de la provincia como también al conjunto de los diferentes enclaves que integran sus oasis cultivados, caracterizados por los usos y costumbres arraigados en el lugar, que con diferentes ritmos y por distintas presiones, se transforman y van tomando la densidad cultural que los identifica.
*La autora es integrante de AMUVA.
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