En el largo camino milenario que ha transitado el vino, ha dialogado con diferentes manifestaciones de la historia de la cultura universal, siendo protagonista importante en festividades, leyendas, literatura, música, artes visuales y también, y no es poco, en la mitología y las religiones.
Hoy lo presentaremos dialogando con la expresión artística más antigua de nuestra cultura americana: la orfebrería en plata.
En el cruce de estas dos miradas, y en los caminos que física y temporalmente las recorren, recuperaremos expresiones remotas de la América profunda que fue creando la génesis de nuestra Argentina actual. De este modo pretendemos construir una narración, en clave contemporánea que, examinando el pasado, nos proyecte hacia el futuro, para transferir -a través del arte- un vínculo de comunicación conceptual y emotivo, cuya experiencia se nutra en estos dos mundos. Nos atrevemos a decir, aunque resulte irónica la asociación, que hay “vasos y caminos” comunicantes entre la platería y el vino.
Los invitamos a descubrirlos, en este breve viaje imaginario, a través de lugares y de historia.
Alrededor del 1500, y en América, se inicia nuestro recorrido; allí encontramos al vino vinculado en sus orígenes con la orfebrería en plata. La vid fue introducida por los monjes que acompañaron las expediciones de la conquista en el siglo XVI, la que se hacía en nombre de Dios y del Rey. En ella los sacerdotes católicos tuvieron una gran influencia, pues debían ser un puente entre el viejo y el nuevo continente, para lograr así la transferencia cultural, educativa y espiritual en estas flamantes tierras del Imperio. Ellos trajeron a México estacas y semillas de vides viníferas, que les eran esenciales para poder celebrar el sacrificio de la misa.
Fue rápido el camino que siguió la vid, llegó a Lima y desde allí a Chile, entrando a nuestras tierras por Santiago del Estero de la mano del monje Juan Cedrón a mediados del 1500. Su desarrollo fue pródigo; en pocos años Salta, Mendoza, San Juan, La Rioja, las misiones jesuíticas, el Litoral y hasta algunas estancias de Buenos Aires no solo cultivan la viña, sino que elaboran sus vinos en pequeñas bodegas.
Mendoza -mediante el cultivo de la viña y del trigo, a lo que se suma la cría y engorde de ganado- crea una economía que, aunque con un lugar marginal dentro del espacio económico de la Corona y como subsidiaria en ese tiempo de la chilena, permite incorporarse al intercambio regional que satisfacía la demanda del mercado de Potosí y de Lima. Los excedentes de producción local comienzan a comercializarse hacia otras comarcas, reemplazando los caldos que venían de España. Las caravanas de mulas y las carretas de bueyes circulan por los desiertos haciendo postas en las pulperías rurales, a las que también aprovisionan de vinos y aguardiente, entre otros productos. Mientras crece la producción agrícola y el intercambio interregional, el comercio en especies va siendo suplantado, paulatinamente en las transacciones, por el pago en moneda metálica.
En la conquista de América, la posesión de metales preciosos, que se sabía estaban en estas nuevas tierras, fue un poderoso estímulo para el Imperio. La platería iberoamericana despunta, en 1545, con el descubrimiento de las minas de México y Charcas, aunque lo hace en gran escala, ese mismo año, con el hallazgo de las del Cerro Rico de Potosí, que se transforma, en el transcurso de los siglos XVI y XVII, en el mayor productor de plata del mundo. El desarrollo de su producción causó transformaciones políticas y administrativas, creando una nueva organización que perfilaría el semblante de lo que posteriormente será nuestro territorio.
Esta tierra pródiga americana entrega, desde sus entrañas, en sus minas, sus tesoros más preciosos, y es en su suelo virgen, donde acoge a estas viñas nuevas que se aclimatan y reproducen rápidamente.
El esquema comercial de la época mostraba una economía local formada por una red de colonizaciones hispano-criollas diseminadas en un inmenso territorio. Nacen nuevas ciudades del imperio español: Santiago del Estero, Córdoba, Santa Fe, La Rioja, Mendoza, San Juan de la Frontera, San Luis, entre otras. Pequeños y grandes mercados urbanos surgen por la expansión de la minería -no solo en el Alto Perú, sino también en la Capitanía de Cuyo dónde, en la misma época, se descubren las minas del Paramillo. La extracción de la riqueza de las minas de Potosí hace surgir, a su vera, una población de 150.000 almas -la misma cantidad de habitantes que en ese momento tenía París- a 4.000 metros de altura. Sin posibilidad de desarrollo agrícola; necesitaba productos para su subsistencia y allí confluyen mulas criadas en Córdoba, yerba mate del Paraguay, textiles de las misiones, carnes saladas, ganado en pie, especias, harinas, trigo y sebo, y vinos y aguardientes de uva de Cuyo. Como consecuencia de esto, comienza a organizarse un sistema de tráfico, desarrollo e intercambio económico que dura alrededor de dos siglos.
Es tal la importancia de Potosí que, alrededor de 1570, se instala la Ceca para la acuñación de monedas, próxima al lugar de extracción del material. Parte de la plata, amonedada, en barra o piñas, sale desde el Río de la Plata hacia el exterior, quedando también algo en el continente, después de haber recorrido largos caminos, donde se van produciendo transacciones comerciales. Surgen las monedas que deben acompañar los negocios. Comienza entonces la domesticación del material en las manos de plateros y de oribes.
Este primer encuentro en tierra americana del vino con la plata se sella y materializa en el cáliz, honrando así a Dios. Contenido y continente se unen, no solo en la platería religiosa, sino también en la platería de uso que acompaña la vida civil, con sus famosos mates de plata que componen la vida social desde la colonia.
Son muchos los elementos que van naciendo. No podemos dejar de mencionar, en este romance entre el vino y la plata ya desde el mundo secular, el uso del nostálgico bernegal y del taste-vin borgoñés, emblema de los sommeliers a nivel mundial, creado por los maestros bodegueros quienes, en un acto casi místico, en los oscuros sótanos de las bodegas, lo usaban para reflejar mejor la luz con la ayuda de una vela para poder comprobar el color y la claridad del vino, y así alcanzar el momento más importante del disfrute, al percibir su color, gozar de sus aromas, saborearlo y al beberlo, poseer un pequeño pedazo de historia.
El taste-vin mantiene hasta la actualidad un protagonismo de excepción entre los utensilios creados en torno al vino. Posteriormente, cuando el hombre de campo comienza su evolución económica -con el desarrollo de las chacras y de las estancias- la platería gauchesca, llegará al mundo rural con elementos de plata emprendados que engalanan su cabalgadura y su indumentaria de gala marcando status, y utilitarios que lo acompañan en sus tareas y en sus usos cotidianos: rebenques, facones, cuchillos verijeros, dagas y las irreemplazables jarras y jarros para el vino.
De este modo, y con una mirada incompleta, hemos querido mostrar cómo la plata y el vino, en un amable maridaje, han estado junto al hombre americano desde sus orígenes.
*La autora es Vicepresidente de la Sección Cultura de la Academia Argentina de la Vid y del Vino. Miembro de la Academia Italiana della Vite e il Vino. Mujer distinguida por A.MU.V.A en el área de la Cultura.
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