Mucho pasó desde su llegada en 1853 hasta ser un emblema nacional. Cómo logró ser una tradición en el país y una ventana al exterior.
Cuando ya no queden historias por las que brindar, siempre se puede brindar por la historia del Malbec. Es que se trata de un camino sobre el que han corrido ríos de tinta (o mejor dicho, de tinto) y que invitan a seguir celebrando en estos días con motivo de la celebración mundial de esta cepa que encontró en Argentina características únicas.
El vino en sí formó parte de la historia argentina, por lo menos desde 1551 con el presbítero Juan Cedrón y las primeras cepas de uva moscatel y “uva país” procedentes de España y plantadas en Santiago Del Estero. Pasando por San Martín y el uso del vino en la gesta libertadora, con varias barricas de esa bebida en el cruce de los Andes, el Malbec haría su aparición formal en el año 1853.
Fue un 17 de abril de 1853, cuando el entonces presidente Domingo Faustino Sarmiento aprobó la fundación de la Quinta Agronómica de Mendoza, la primera escuela de enología. Fue un símbolo de modernización, en la época cuando Sarmiento contrató a Michelle Pouget para desarrollar viñedos y trajo el Malbec desde Francia a la región cuyana. Carlos Tizio, presidente del INV entre 2016 y 2020, ha contado que una de las primeras plantaciones en Mendoza fue en Panquehua, cuando se lo considera como un vino de mesa.
Los inmigrantes después aportaron sus saberes, pero no solo conocimientos técnicos, sino culturales. Martín Garbuio es miembro de la tercera generación de una familia viñatera en Vista Flores (Tunuyán) y suele recordar cómo su abuelo, venido del Véneto (Italia) le cantaba a las plantas: “Mi abuelo decía que a las viñas hay que tratarlas como a una ‘signorina’. Fíjate que el cancionero cuyano tiene mucho canto a la vid, el vino y la cosecha”. Fue en esa zona donde el Malbec tuvo un buen arraigo.
Caídas y altas
Mucha agua corrió bajó el puente en el Siglo XX, y lamentablemente a veces también corrió vino por las acequias. A mediados de ese siglo, el varietal perdió popularidad y para inicios de los ‘90 quedaban solo 6.000 hectáreas (de 50.000 que llegó a tener).
Sin embargo, algunas luces empezaron a brillar a finales de ese siglo, como en 1986 con la denominación de origen de Luján de Cuyo, la primera de Argentina que aceptó la Organización internacional Vitivinícola (OIV) para vinos elaborados con base en Malbec.En la década de los 90′ también se dio una mayor apertura de Argentina al mundo, que implicó la llegada de bodegas extranjeras. Si venía una bodega francesa, debían hacer algo típico de esta nueva zona, y explotaron más esta variedad.
Eso significó un agregado de tecnología para la industria local y una vara más alta para el resto de las bodegas, muchas de las cuales pasaron de estar en manos familiares a pasar a otros grupos comerciales. La mejora no sólo fue para el sector vitivinícola, sino también para profesionales de servicios, desde diseño hasta exportación, que nutrieron a la industria de la mano de la nueva cepa emblema. De la mano del Malbec, el vino argentino comenzó a ganar fama internacional.
En una nota previa para este medio, Carlos Catania, investigador y parte de la Academia Argentina de la Vid y el Vino, destacaba el trabajo de largo plazo que se hizo con elaboraciones piloto en distintas partes del país y mirando hacia el mercado externo. No sólo se trata del sabor y los aromas, sino que hay algo más que es atractivo para los consumidores. “En Argentina el Malbec tiene tradición, es algo que la gente quiere. La gente cuando prueba un vino no solo toma sino que le gusta saber su historia. No hay un buen vino que no tenga su buena historia, es el deleite emocional”, aseguró Catania.
El nuevo milenio
Luego de los vaivenes de 2001 y con un tipo de cambio favorable para exportar, el Malbec argentino avanzó por el mundo. También lo hizo con la ley nacional 25.849 que dio origen formal a la Corporación Vitivinícola Argentina (COVIAR), siendo uno de sus objetivos el aumento de las ventas en el exterior.
Incluso, la creada asociación Wines of Argentina (WOFA), para difundir el vino en el mundo, trabajó para que el Malbec tuviera un día especial de conmemoración, el 17 de abril, con motivo de la ya mencionada creación de la Quinta Agronómica de Mendoza.
Fue así que se propuso una campaña donde unieron a la cepa con el tango y luego el poder legislativo declaró la fecha como día Mundial del Malbec. Se trabajó con embajadas argentinas y llegaron a hacer degustaciones y otras actividades en 30 países para celebrar ese día. Así, en países como Canadá se usa la fecha para ofrecer promociones de Malbec argentino, además de que bodegas participan con descuentos.
Un dato a tener en cuenta es que en 2020 se exportó más de este vino del que se consumió en Argentina: unos 1.582.000 hectólitros afuera contra 1.210.000 hectolitros en el mercado interno. Ha sido a la vez una carta de entrada para después mostrar otras variedades trabajadas en el país.
Vale agregar que, en este camino, organismos como el Instituto Nacional de Tecnología Agrícola (INTA) acompañaban al sector, como con la denominación de origen ante la OIV y encuentros con periodistas locales, investigadores, enólogos y otros especialistas del mundo. En investigación, el INTA generó numerosos trabajos relacionados con el vino, como análisis vitivinícolas y enológicos de clones, comportamiento en áreas climáticas y estudios sobre orientación de las hileras.
La del Malbec no es una historia cerrada, sino que continúa hoy con dificultades de la vitivinicultura como una fuerte merma en las cosechas, una inflación que licúa la rentabilidad y la baja en el consumo, con una parte del sector que tiende a mejorar su calidad mientras que otros deben abandonar sus fincas. Con sabores amargos y dulces, parece que aún quedará mucho por lo que brindar.