Siglo XIX. La familia Vittori cuenta con diez hectáreas de la uva emblemática argentina que fueron plantadas en 1895. Siempre trabajaron sin pesticidas y en 2004 lograron que su producción fuera reconocida como orgánica.
El viñedo de la familia Vittori no sólo es el más antiguo con uvas Malbec en Luján, con declaratoria municipal, sino que las 10 hectáreas cultivadas han logrado sostenerse en uno de los distritos que mayor crecimiento poblacional ha tenido en el departamento en los últimos años. En investigaciones históricas, lograron determinar que las plantas datan de, como mínimo, 1895 y aún se encuentran en producción.
Roberto Vittori cuenta que su abuelo Umberto compró la finca, ubicada sobre calle Castro Barros, a metros del Acceso Sur, en 1922. Su padre, Carlo Vittori, había llegado a la provincia desde Italia en 1885 y, además de abrir un almacén de ramos generales, instaló una pequeña bodega frente a la estación del ferrocarril Trasandino. Así es que Umberto siguió con la actividad, junto con su esposa, Adina Baldini.
Los nuevos dueños decidieron dejar todo como estaba, sin hacer modificaciones. Varios años más tarde, a Roberto se le ocurrió empezar a indagar sobre la antigüedad de la finca y encontró, en archivos históricos, que había pertenecido a Augusto Gil, un personaje acaudalado de la Mendoza de fines del siglo XVIII, que era abogado y sobrino de Dalmacio Vélez Sársfield.
Gil había plantado, en algún momento antes de octubre de 1895, cuando fue asesinado, un cuadro completo de más de 50 hectáreas de Malbec. Si bien Roberto pudo encontrar las crónicas de diario Los Andes sobre las extrañas circunstancias que rodearon la muerte del abogado, al parecer por un robo, no halló registros sobre la fecha de plantación.
Pese a que averiguó incluso que había solicitado un diferimiento de impuestos provinciales por la implantación, como podía hacerse en esa época, le resultó imposible encontrar registros para precisar la fecha. Vittori añade que, curiosamente, Augusto Gil murió en la misma semana que su bisabuelo Carlo. El primero, víctima de un hecho delictivo, y el segundo, como consecuencia de una peritonitis.
Su abuelo Umberto compraría, unas décadas después, a la sucesión de Clodomiro Rodríguez, las 10 hectáreas que siguen en manos de la familia, casi un siglo después. Es que, al fallecer Gil, a Rodríguez, que había trabajado para el abogado, le dieron una parte de la propiedad, en compensación por salarios atrasados.
“Lo único que hemos hecho en estos últimos años es cambiar el sistema de conducción a espaldero alto, de 1,85 m de altura porque, a finales de los ’90, se creía que, por tener un sistema de mayor altura, se daba más espacio a la planta para expandir el follaje y con eso se mejoraba el rendimiento y la calidad. Después se dieron cuenta de que esto no servía”, contó Roberto Vittori, quien hoy está al frente de la finca, junto con su hermana, María Verónica.
Roberto plantea que en Mendoza se apunta al terroir pero que, muchas veces, no se cumple realmente con el criterio, porque las plantas no han tenido un tiempo prolongado de adaptación al lugar, para poder expresar las características de ese suelo. En cambio, en el caso de la propiedad familiar, con más de 130 años, considera que sí se puede hablar de terroir, porque las vides están acomodadas.
De las diez hectáreas, nueve corresponden a Malbec. También tienen media hectárea de Tannat y media de Tempranillo, todas con un tiempo de vida similar. Sin embargo, al parecer habría dos o tres tipos distintos de Malbec. Cuando hace unos años, la Facultad de Ciencias Agrarias y el INTA empiezan a relevar los viñedos en las zonas vitivinícolas más tradicionales de Luján, confirmaron esto que la familia intuía.
Los Vittori veían que el rendimiento en una parte de la finca no era el mismo que en otra, pero lo atribuyeron, en un primer momento, a que, cuando se implantó el viñedo, el nivelado de suelo se realizaba con caballos. De ahí que haya una diferencia de un metro de altura entre el Oeste de la propiedad y el límite Este.
Por eso creían que la variación en la carga respondía a que la zona más baja era más propensa a la afectación por heladas.
Luego se dieron cuenta de que los racimos en un lado eran más chicos y en otro más grandes, con bayas más redondas y más alargadas, e incluso que unos tenían el cabo rojo. Roberto estima que lo que hicieron quienes implantaron esas vides fue buscar distintas uvas, para que unas aportaran calidad y las otras, mayor rendimiento. De todas formas sostiene que todas mantienen las características clásicas del Malbec, ya que no hay diferencias demasiado significativas.
Pese a su longevidad, las plantas tienen un rendimiento promedio de entre 80 y 100 quintales por hectárea, aunque hace unos seis años comenzaron tener una disminución por las heladas. Como siempre habían trabajado sin pesticidas, en 2004 obtuvieron la certificación como viñedo orgánico y hoy sólo realizan las aplicaciones por lobesia, que son obligatorias.
Roberto se mostró sorprendido porque la ingeniera agrónoma, sin prevenir la peronóspora, no ha tenido problemas de sanidad. Desde su punto de vista, advierte que esto se da porque las plantas están muy bien adaptadas al lugar y a que, como no se han hecho pulverizaciones en muchos años, no se ha afectado el equilibrio natural y los mismos insectos mantienen a raya a las plagas. Otro factor que ayuda, reconoce, es la cercanía con el Acceso Sur, lo que les asegura una buena circulación de aire.
Aunque no han sido ajenos a los vaivenes económicos y han comprado y vendido otros viñedos, los Vittori conservaron esta primera propiedad que compró Umberto. En cuanto a la producción, venden buena parte de las uvas, pero desarrollan un proyecto de vino de autor, con elaboraciones de alta gama, que toleran muy bien la guarda de diez años en botella.
El nombre del emprendimiento, Veteris Conventus, también tiene raigambre en la historia de la familia: su madre era chilena y la familia tenía, desde 1640, una tierra muy extensa en Curicó, que se llamaba “la chacra del convento viejo” (veteris conventus, en latín).