La historia de la primera bodega indígena de Latinoamérica: vino sin químicos ni fertilizantes

Bodega comunitaria de la comunidad originaria Los Amaichas, en Tucumán.
Bodega comunitaria de la comunidad originaria Los Amaichas, en Tucumán.

Los Amaicha utilizan uva criolla centenaria. Reivindican el trabajo en comunidad y la cultura ancestral.

En Amaicha del Valle, una comunidad indígena autónoma, ubicada a dos mil metros de altura y a 165 kilómetros de San Miguel de Tucumán, los pobladores abrieron la primera bodega indígena y comunitaria de Latinoamérica: Los Amaichas. Se trata de un emprendimiento de agricultores familiares, que elabora vinos con la cepa criolla, sin químicos ni fertilizantes. Es una iniciativa pionera en el país, que sirve para afianzar el desarrollo turístico del pueblo, funciona como un modelo de economía solidaria y genera empleo para unas cuarenta familias que viven en distintas localidades de la región, desde Ampimpa hasta Quilmes.

En 2010, refleja una nota de eldiarioar.com, la comunidad recibió un subsidio inicial de la Subsecretaría de Desarrollo Territorial del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de Nación; que además donó unas 47 mil plantas de la variedad malbec, palos y alambres para las espalderas. Aquel sueño se materializó seis años después, el primero de agosto de 2016.

Los sistemas económicos de trabajo ancestrales son premisas fundamentales. “Trabajamos todos juntos para poder ayudar a cada uno de individualmente. Ese es el sentido de trabajo comunitario”, aporta Gabriela Balderrama, integrante de esta comunidad, presidida por una Asamblea General, un Consejo de Ancianos, un Cacique y un Delegado Comunal. Los Amaichas, una etnia de la nación diaguita-calchaquí, son dueños de la tierra desde que los españoles pactaron con sus antepasados e hicieron entrega de la cédula real en 1716. Aunque aclaran que, en realidad, sólo les devolvieron lo que ya era de ellos.

La construcción también fue ideada en base a lineamientos tradicionales. Es por eso que se erigió un círculo central y dos semicírculos. “Así se construían las casas de nuestros ancestros. En el círculo central es donde se hacían las tareas diarias. En uno de los semicírculos se guardaba la producción de alimentos y en el otro es donde se dormía y descansaba”, explica Balderrama.

El módulo central de la bodega es el lugar destinado a la administración y centro de reunión, donde se pueden catar y comprar los vinos. En el semicírculo inferior están los tanques de acero inoxidable para la producción y almacenamiento del vino. Y el tercer semicírculo está en una habitación contigua y es el lugar destinado a la cava. “Esta arquitectura nos ayuda a mantener una temperatura óptima de entre 18 y 20 grados, sin tener que utilizar un sistema de frío mientras el vino está estacionado”, precisa la mujer.

“Elegimos este lugar estratégicamente para tener un espacio donde recibir al turismo y que se quede unos días por acá”, aporta el ex cacique Eduardo “Lalo” Nieva, quien fue uno de los impulsores del proyecto. “Es una empresa comunitaria única, la tercera bodega comunitaria indígena en el mundo. Hay una en Canadá y otra en Australia. Tomamos la decisión de trabajar en cuatro ejes: la vitivinicultura, las artesanías, el turismo y la soberanía alimentaria”, completa el hombre, que fue reelegido cacique en tres oportunidades y dejó recientemente su último cacicazgo.

Los técnicos del ministerio formaron a los viñateros en las técnicas para producir uvas de alta calidad y la elaboración del vino. Son cuarenta familias que aportan las variedades de uvas malbec y, sobre todo, la criolla, una especie que se cultiva en la zona hace casi un siglo. Uno de ellos fue Mario “Diablero” Arias, técnico social con formación en Antropología y oriundo de Buenos Aires, pero radicado en Amaicha hace años.

Desde Salta, donde está pasando una temporada, cuenta que el proyecto nació como necesidad de comercio justo donde los productores no tuvieran que vender la uva a “precio de miseria” a las bodegas. “Nuestro trabajo fue formar a los viñateros chicos para que aprenden todas las técnicas de sostener la planta, llevarla adelante y sacar uvas de alta calidad. El vino es muy bueno por las condiciones del terruño: suelo, sol, altura”, detalló.

También se sumó el enólogo Agustín Lanús, quien alterna su residencia en Buenos Aires con la aridez y calma de los cielos diáfanos del norte, ya que trabaja con vinos de altura en reconocidas bodegas de la región. “Yo no conocía la uva criolla hasta entonces y me impactó mucho la planta. En el 2015 había solo un productor que trabajaba la criolla de alta gama. Me encantó el resultado y propuse que sea el vino ícono”, recuerda.

El enólogo sostiene que el agua del valle es “espectacular”, que el vino tiene un “potencial enorme” y que, desde el punto de vista agronómico y enológico, es “impecable”. “Son suelos muy calcáreos que dan una fruta muy distinta, con un perfil aromático que va al grafito, al tomillo, a la jarilla. Pero lo que más me cautivó fue toda la cultura detrás de la comunidad de Los Amaichas, de que sea una bodega comunitaria”, resaltó.

Los Amaichas produce un promedio de 25 mil litros anuales de las variedades malbec y criollo, que se venden en la bodega y en los almacenes de la Unión de los Trabajadores de la Tierra (UTT), en Buenos Aires. La etiqueta lleva un nombre en quechua: Sumaj Kawsay, que significa “el buen vivir”. “Sumaj Kausay es vivir en equilibrio con la madre tierra. Equilibrio colectivo y personal en relación con el otro, que incluye la planta, la piedra, el agua. Equilibrio emocional, material y espiritual. El Buen Vivir de los Amaichas es el proyecto de la comunidad. Todo es circular”, explica Lalo Nieva.

Por Guido Piotrkowski

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