La evolución de las marcas en las etiquetas, a lo largo de la historia vitivinícola de Mendoza.
Es fascinante el mundo de los nombres de los vinos. Sumergirse en el tema implica hacer un poco de historia y descubrir cómo han ido evolucionando, a lo largo de los años, las distintas expresiones usadas para denominarlos.
Modas, tendencias de otros países que se imitan, decisiones de los dueños de las bodegas o sugerencias externas son algunas de las corrientes más usadas a la hora de definir un nombre para una etiqueta. Sin embargo, algo es clave: en cualquier caso, detrás de cada nombre hay un porqué, una historia. No siempre el consumidor la conoce, pero muchas veces, se siente identificado y elige esa etiqueta más allá del producto en sí.
Desde vinos con nombres de santos –cada vez menos usados-, con nombres de integrantes de la familia propietaria de la bodega o con nombres de lugares y terruños, hasta los más rupturistas y modernos que poco vínculo tienen con la cultura del vino pero que tanto resuenan en el mercado. Un pantallazo a lo largo de la historia mendocina.
El apellido, como sello del vino
"Hace muchos años era habitual ponerle tu nombre a tu producto. Uno pensaba: es lo mejor que tengo y tengo que cuidarlo. La marca López aparece en 1967 y todavía la conservamos", comenta Eduardo López, a cargo de la bodega familiar que fundó su bisabuelo en Maipú.
Como este caso, los ejemplos abundan y son etiquetas muy conocidas actualmente. Bodega Bianchi y sus múltiples marcas que llevan el nombre de los distintos integrantes de la familia dan cuenta de esto: Don Valentín, Enzo Bianchi y María Carmen, por nombrar sólo algunos. Bodega Otaviano también utiliza este recurso en su vino más reconocido, Penedo Borges, que claramente se trata del apellido de uno de los cinco socios fundadores de la empresa en Agrelo.
Sin que aparezca el nombre explícitamente, muchas etiquetas también refieren a la historia familiar de sus dueños. Corazón del Sol, del cardiólogo Madaiah Revana, es una marca vinculada a su profesión y también hace referencia a uno de sus hijos llamado Arun, que en hindi significa Sol.
"Marcas con contenido, en las que se pueda contar una historia real y que siga vigente a través de los años", agrega López y cita algunas clásicas de su bodega como Traful, Montchenot, y Rincón Famoso que aluden a lugares muy significativos en su ámbito familiar.
El peso de una marca paraguas
Ocurre también que determinados vinos son asociados directamente con la marca de su bodega. Trivento, por ejemplo. "Utilizamos nuestra marca paraguas y bajo ésta construimos otras marcas para desarrollar las distintas líneas, pero no son tan fuertes como la principal", comenta Silvina Barros, gerente de Marketing de la bodega cuyo nombre está inspirado en los tres vientos que caracterizan a Mendoza (zonda, polar y sudestada).
Tradicionales y clásicos al momento de denominar sus vinos, Barros admite que Amado Sur es la etiqueta que más se despega de la línea habitual que siguen, ya que es un vino apuntado al mercado de Estados Unidos.
Trivento pertenece al grupo chileno Concha y Toro y éste tiene etiquetas que llevan el nombre de santos, algo que ya poco se ve en Mendoza. Sin embargo, a pesar de su fuerte tradición, sobresale la marca de uno de sus vinos más reconocidos en el mundo: Casillero del Diablo.
Una década rupturista
La tendencia funny label –etiqueta divertida- nace en Estados Unidos y en algunos países de Europa, principalmente, y se impone como contrapartida de aquellas marcas serias, clásicas. Ménage à Trois, es el ejemplo de una de las etiquetas más disruptivas conocidas mundialmente.
Esta moda, claro está, llegó también a Argentina y desde hace diez años aproximadamente, aparecen con más fuerza etiquetas con historias reales, con identificación de sus hacedores y con nombres que sorprenden, divierten y van acompañados de un diseño impactante y vanguardista, en la gran mayoría.
Hey Malbec, de Matías Riccitelli; El Enemigo, de Alejandro Vigil; o Hulk y Vía Revolucionaria, de Matías Michelini son, sin dudas, íconos del comienzo de una etapa en la que el desenfado manda.
La lista es infinita. Desde Relator, que une la enología y las carreras de caballo; las dos pasiones de su mentor, Fernando Gabrielli; Pala Corazón, de Lucas Niven; Manos Negras, de Alejandro Sejanovich; hasta Desquiciado, de los enólogos Gonzalo Tamagnini y Martín Sesto; El Interminable, de SinFin; o Los Bocheros, de Lamadrid Estate Wines.
"En toda familia hay un atrevido, un intratable. En la nuestra existen y con la idea de que el consumidor se sienta identificado con el vino, apostamos a este estilo de nombres", dice Agustina De Pellegrín, propietaria de Terracota Wines, una bodega que bajo la marca Descendiente, elabora sus líneas Atrevido, Intratable y, muy pronto, Hermana del Medio; todas para el mercado interno, algo que también propicia el uso de estas palabras en sus marcas.