Para Paula, la segunda de las cuatro hijas de Carlos y la única que trabaja con él, la cosa fue más o menos parecida. “Si me voy a la infancia, también comparto un poco lo que vivió mi papá de vivir muy de cerca la industria. Somos una familia grande y muy unida, y con mis hermanas y mis primos siempre nos criamos juntos y compartimos muchos fines de semana en el patio de la bodega o la finca de mi abuelo. Para mi siempre fue muy natural vivir cerca del vino, en mi familia siempre se habló del tema, se tomaba todos los días, nos hemos criado con ese entorno muy familiar”, destacó.
En su caso estudió Administración de Empresas, pero en Mendoza. Luego de recibirse en el 2000, comenzó a trabajar en un importante hotel de la provincia y su preapertura. Allí estuvo hasta mediados del 2002, cuando pasó a trabajar en el proyecto familiar “desde que se puso el primer ladrillo”.
En una charla con Los Andes, Carlos y Paula se animaron a contar qué es lo mejor y lo peor de trabajar juntos durante casi dos décadas, la importancia del vínculo y su historia para la industria, entre otros temas.
- Durante casi 20 años juntos en la bodega, ¿qué ha sido lo más complicado del trabajo y la relación padre e hija?
- Carlos: No es muy complicado si uno toma distancia en el día a día. La industria evoluciona, las personas también, yo aprendí de mi papá que uno puede ser protagonista, pero no por eso tiene que dejar que el resto de las personas que te acompañan tenga su vida propia y su protagonismo, de forma tal que cada uno vaya tomando un lugar en la compañía. Eso te da mucha más libertad e independencia, no hace que mi hija en este caso sea estrictamente dependiente de la opinión o el pensamiento de su papá. Con mi padre tenía una relación exactamente igual. La forma es respetar la evolución y que cada uno sea protagonista en algún momento. Hoy la responsable de las operaciones del día a día es Paula. Eso te da la posibilidad de ser, manejarte y equivocarte. Es la forma de hacer una transición ordenada.
- Paula: En nuestro caso, en los primeros años, sobre todo, teníamos roles bien diferentes. Él siempre fue muy comercial y ha viajado muchísimo, por lo que se ocupaba más de las ventas, porque fue lo que siempre hizo. Yo venía en cero, ya con otra formación y me encargué más de armar todos los equipos, la parte administrativa, financiera y contable. Después van pasando los años y pasa lo que dice mi papá. Fue muy importante, al arrancar un proyecto de cero, esa primera etapa de tener roles tan distintos y complementarios a la vez.
- En el camino seguro han surgido opiniones opuestas o intercambios, ¿cómo los manejan?
- P: Siempre hay diferencias porque en el camino hay tantas cosas que se definen que hay puntos de vista diferentes. Eso sucede siempre, ya sea una relación de padre e hija o cualquier otra. Es normal y está bueno que suceda porque esas discusiones son las que nos llevan a ver las cosas desde otro punto de vista. Para nosotros es muy difícil llevar algo del trabajo a la vida personal. Nos juntamos casi todos los domingos a almorzar y como soy la única de mis hermanas en la bodega casi no tenemos lugar para hablar de trabajo. Nunca ha sido un problema ni se han mezclado las cosas, lo que pasa en la bodega queda ahí. Además, no estamos solos, estamos rodeado de un equipo que también ayuda a no tener solo la versión solo de padre e hija. Si tenemos discusiones, por lo general nos llevan a buen puerto para tomar decisiones.
- C: Al tener la responsabilidad de que Vistalba lleva el nombre de todo un distrito, nunca tuvimos dudas de la forma en la que debíamos hacer el vino. El foco era ese, así que no había mucho para discutir, teníamos que trabajar para tratar de hacer eso lo mejor que podíamos. Cuando incorporamos los vinos Tomeros, del Valle de Uco, ya fue distinto. Eso nos dio otra amplitud de mercado distinta a la de los primeros años. Y después, la línea de espumantes es prácticamente obra de Paula, porque ella lo ha manejado desde el principio.
- ¿Cuánto creen que ha aportado el ser padre e hija para trabajar y qué es lo mejor que tiene el otro?
- P: Para mí es una experiencia increíble. Tengo a un referente de la industria enfrente mío todos los días y con cada cosa que dice seguimos aprendiendo, además de la experiencia que tiene, que es indiscutible. A veces me cuesta verlo como mi papá. En la bodega es una persona que transmite y enseña muchísimo a todos los que tiene al lado. Eso para mi es invalorable. Te ayuda a compartir un montón de otros momentos, aprender juntos y crecer desde otro lado. Quizás, en el día a día, ya casi no te das cuenta de que es tu papá, porque te acostumbrás a trabajar con él. Pero en los viajes o cuando representamos a la bodega, ahí se vuelve más importante esa relación familiar. Me ha pasado que es linda la sensación de viajar en familia a representar un proyecto en conjunto, son los recuerdos más lindos.
- C: Lo más importante es que Paula tiene ganas -risas-. Es una empresa relativamente chica, pero extremadamente ordenada. Ella es muy precisa en su forma de manejarse, lo que te da una tranquilidad enorme de saber que la estructura está ordenada, no hay cosas sueltas. Paula ha hecho un gran avance en lo comercial, algo que no tenía, especialmente en estos últimos dos años que han sido tan complicados, con tanta incertidumbre. Ella y su equipo han hecho una enorme transformación digital en la parte comercial, algo que no es sencillo. Eso es lo que hoy nos está dando resultados importantes.
- ¿Qué tan importante es en el país y el mundo tener una tradición familiar como la suya?
- C: Es fundamental llegar a cualquier país, hablar con un importador y que por lo menos haya escuchado hablar de tu empresa, tu familia, tus vinos a llegar y que nadie te conozca es una diferencia abismal. Yo tengo la suerte de que me haya pasado y de haber viajado mucho. Puedo llegar a cualquiera de los 40 o 50 países en los que estamos trabajando y encontrarme con gente que ya nos conoce. Y eso le deja a Paula una puerta abierta. Es importante ser recibido en cualquier parte del mundo con esa sensación de que ya ha estado ahí.
- P: El hecho de tener una historia familiar para contar es muy importante. Ya es lindo tener una historia, porque es una industria que tiene una competencia enorme. En Argentina es gigante la competencia, ni hablar cuando salimos a competir en todo el mundo. Salir al mundo y tener una historia para contar es una herramienta enorme, porque los vinos siempre tienen historias y si no se las inventan. Uno botella siempre te lleva a momentos de experiencia y la gente que consume habla más del momento y la experiencia en el que tomó un vino. Creo que por siempre las bodegas se esmeran por tener una historia detrás de la etiqueta, el diseño o el nombre, cuando esa historia es real, es mucho más fácil. Tenemos una historia familiar muy linda, muy noble, sincera, que se respalda con muchísimos años de trabajo de mis abuelos y sus padres. Después, hay que saberla transmitir, que no es algo menor.
- Carlos, para usted como padre, ¿qué le genera que una de sus hijas siga sus pasos?
- C: El poderle dar continuidad a una historia de esta manera a uno le da la tranquilidad de que todo ese esfuerzo y esa trayectoria no va a quedar trunca. En este tipo de empresas familiares, en este tamaño, es muy valioso. La estructura familiar es muy valorada y me da la tranquilidad de la continuidad. Son bienes que tenemos, como sociedad, que es interesante que sigan vivos y representando la idiosincrasia de un lugar. Esto ocurre en nuestro caso y en otras empresas o bodegas que están siendo manejadas por nietos o bisnietos de sus fundadores.
- Como contó Los Andes hace unos días, fueron la bodega que rompió la grieta con su vino, ¿qué generó eso?
- C: Cuando desde la gobernación llamaron para comprar un vino para obsequiarle al presidente nos pareció un honor que el Gobernador nos llamara para semejante regalo. Lo que no sabíamos era que el presidente del INV iba a hacer lo mismo, fue una sorpresa”, contó entre risas Carlos Pulenta.
- P: Fue algo muy positivo y como lo contaron fue original. Los comentarios de la gente fueron muy buenos.
Perfiles
Carlos Pulenta tiene 73 años, está casado y tiene cuatro hijas y once nietos. Estudió Administración de Empresas en Buenos Aires y luego se especializó en Negocios Internacionales en Estados Unidos. Además de su experiencia en el mundo vitivinícola, es cónsul honorario de Finlandia y el Reino Unido. Mientras existió, también fue cónsul honorario de Holanda. Ha sido presidente de la Bolsa de Comercio de Mendoza y de la Fundación Mediterránea, entre otros.
Paula Pulenta tiene 43 años y tiene una hija de 8. Estudió Administración de Empresas y, después de casi un año y medio trabajando para el hotel Hyatt, desde 2002 comenzó a trabajar en Bodega Vistalba donde hoy ocupa la Gerencia General.