Dos sommeliers y productores vitivinícolas analizan este elemento importante de la industria, que llegó para quedarse.
El ser humano tiene la necesidad de cuantificar todo. Requiere permanentemente una referencia para comparar o aplicar un juicio de valor acorde a ciertos parámetros estandarizados. En la industria vitivinícola, los vinos no solo se producen y se consumen, sino que también atraviesan por esos procesos de validez y reconocimiento que al día de hoy siguen generando opiniones divididas.
Estamos hablando de las consideraciones de los críticos reconocidos, los ranking de los mejores vinos de revistas especializadas o simplemente los premios que le otorgan algunos certámenes. Todos le añaden un valor agregado al grupo selecto que tiene ese privilegio.
Las opiniones divididas, aún las más radicalmente opuestas, comparten ciertos criterios en común. Por ejemplo, que un buen puntaje puede aumentar las ventas de un productor. Que es un proceso que llegó para quedarse y con el que hay que aprender a convivir. El debate quizás pasa por cómo contribuye esto en el consumidor, qué tanto lo influye y qué importancia deberían asignarle los productores.
“Definitivamente se le da más valor que el que corresponde y eso habla un poco de cómo somos como seres humanos”, expresa el sommelier y productor Agustín Lanús. Sin embargo, aclara “hay tantos vinos que es un poco comprensible que la gente se quiera guiar con algo”.
Este punto es el que resalta el sommelier de Bodega Los Helechos, Facundo Balverde: “para mí el objetivo es ayudar al consumidor, principalmente al extranjero, que también se maneja mucho con las aplicaciones”.
Este dato no es menor, porque las puntuaciones en las aplicaciones son diametralmente opuestas como concepto. Allí depende de una persona, de un solo celular. Es la gente la que vota y democratiza este espacio.
“Es algo que se ve mucho con los restaurantes, cada vez más el valor al que se le da importancia es el de la gente. No tanto la opinión de un especialista”, expresa Agustín proponiendo un término medio.
Sin embargo, quien cuenta que desde hacía mucho tiempo no le enviaba una muestra a un crítico y ha retomado esa práctica, explica que “hay que entenderlo como un juego al que hay que estar dispuesto a jugar”.
¿Los mejores, o los mejor puntuados?
Tanto Agustín como Facundo coinciden en que los vinos que lograron un buen puntaje alguna vez no siempre son los mejores. “Depende de otras variables. Hay enólogos que tienen vinos extraordinarios pero no lo saben comunicar y pasan desapercibidos”, asegura Lanús.
Y Facundo aporta que “la práctica no beneficia a las bodegas pequeñas, a las que les cuesta tener ese alcance. Eligen a las más importantes y se termina armando un círculo muy cerrado de bodegas selectas, que obviamente se han ganado ese prestigio. Estaría bueno darle la oportunidad a bodegas más pequeñas, que si no fuera por sommeliers o vinotecas no se consumirían”, sugiere.
En conclusión, aunque sabemos que un buen puntaje puede facilitar la tarea de una bodega, a veces simplemente la opinión más fuerte es la del consumidor. En todo caso el debate es complejo, porque combina conceptos abstractos que entran en discusión, como replantearse cuál es el mejor vino: el más exclusivo, de mayor calidad o el que más le gusta a la gente.
Sin dudas, bien entendido puede ser una referencia para el consumidor. Sin embargo, definitivamente es una fuerte referencia para la industria puertas adentro. Siempre que sea solo lo segundo, se estará desaprovechando el recurso.